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20090227

Código Cordelia, 2

"Uno de mis compañeros recordó Las siete lámparas de la arquitectura, de John Ruskin, que había leído en su juventud, y fue dándole a cada una de las lámparas el valor que le correspondía. La primera el sacrificio, la segunda la verdad, la tercera el poder, la cuarta la belleza, la quinta la vida, la sexta la memoria, la séptima la obediencia. Un holandés, cuyo nombre no recuerdo, hizo notar que la sexta no encendía. Los grandes monumentos, dijo, conservan el pasado a través de símbolos; el pasado visible, histórico, pero también el otro: el conocimiento que sobrevive sólo en el secreto."
Pablo De Santis, La sexta lámpara

20090226

Código Cordelia, 1



Dice la leyenda…

Cordelia, novena hija del semidiós Anákatós y de la ninfa Menifestes, nació entre ninfeas[1] y especias. Sus ocho hermanas mayores, Carmelia, Ivenasa, Aléntesis, Fereines, Eliménedes, Hareida, Dafiares y Luréinedes eran esfinges[2], de una belleza que compensaba lo bestial de sus patas de león. Sus siete hermanos menores, Olistes, los mellizos Lutérides y Agencistes, Alunares, Grunto, y los gemelos Zoides y Juniólides, todos varones, eran estincos[3].
Maravillado Anákatós por la belleza de esta niña, pronto temió que le fuera sustraída, o que su ingenua voluntad fuera arrebatada por la maldad de su eterno enemigo, el Emperador Nicoste, a la sazón hermano de su mujer Menifestes.
Así fue como, sabiendo de la predilección de aquél por las jóvenes vírgenes, y sin consultar con su consorte, decide entregar a la pequeña Cordelia en matrimonio al sexto hijo de su primo Barrámadòs, Insuloro, a la sazón, Comendador de Argantes.
Envía a esas lejanas tierras a la niña, entonces de 5 años, no sin antes entregarle una pócima secreta con la advertencia que sólo hiciera uso de ella cuando sintiera que sus fuerzas flaqueaban. Así partió la pequeña, con un gran cortejo, importante dote, y lacayos para servirle, encomendando a su fiel servidor Iguedente, que sobrevuele todo el trayecto de la comitiva hasta asegurarse que la doncella llegue a feliz término. Y que una vez allí quedara a su servicio para siempre, y la eternidad también.
Largos días y largas noches fueron necesarios para cumplir el cometido. Nuevos lacayos se integraron al cortejo a medida que los más viejos iban muriendo. Iguedente, cada tanto, volvía a las tierras de su señor para dar informe y tranquilizar la inquietud de su amo.
Casi por cumplir sus primeros 7 años, la niña llegó a puerto siendo recibida por el anciano Barrámadòs quien la entregó a su vástago con gran pompa y ceremonia.
Las siervas que se le asignaron acicalaron a la niña con las joyas que su propio padre le entregara más otras tantas que su prometido le diera como bienvenida, vistiéndola con suntuosas prendas y coronando su cabeza con lujoso alfareme[4] bordado en preciosas piedras e hilos de oro.
Doce hijos nacieron de esa unión, a los que Cordelia llamó Anakátose en homenaje a su amado padre, Menifes por la perdida madre, Insulari por el anciano marido, Barramán por el anciano padre del anciano marido, Cordelius por la propia madre, Iguedes por el fiel servidor, y los demás.A ninguno de ellos conocieron los amados abuelos ya que, al poco tiempo de que la niña partiera rumbo a su definitivo destino, Nicoste, anoticiado del nacimiento de esta bella virgen, envió ejército a las tierras de Anákatós con la orden de secuestrar a la chiquilla y que, en menos de lo que tarda un fenghuang[5] en cruzar el firmamento, fuera llevada a los pies de su atrio. Al descubrir el ardid de Anákatós para sustraer a la niña de sus brazos, Nicoste, montado en cólera, ordenó desollar al semidiós aprovechando su estado somnoliente, entregar a la joven Menifestes, su hermana, a las garras de sus más viles servidores, encerrar en cepos a sus descendientes y apoderarse de las tierras, sembradíos, riquezas y posesiones de su rival.
Inquieta estaba la joven Cordelia al notar la ausencia de sus padres ante cada nueva parición. Y así pidió al fiel Iguedente que volara hasta las tierras y las aguas que la vieron nacer y que, con prisa, volviera a susurrar en su oído las nuevas que trajera.
Desoladoras las noticias, la madura Cordelia creyó fenecer. Y más aún al tomar conocimiento que su amado y, hasta entonces respetado, marido, era cómplice de tamaña tropelía con el sólo fin de apoderarse del poderoso anillo de la deidad ahora aniquilada. Pero no se entregó a tan bajo instinto y, tomando la poción que otrora su padre le diera, recuperó fuerzas y bríos.
Adormecido su vil marido en el lecho nupcial que, en momentos felices fuera silencioso testigo de las cópulas del pareo conyugal, fue nuevamente seducido por la hija del semidiós Anákatós y de la ninfa Menifestes, como astuta artimaña para que en su corazón impío se clavara la hoja de la daga que aquella dolorida mujer escondiera entre sus todavía turgentes pechos.
Muerto el villano, la adolorida fémina, con la misma daga que usara para liberar el alma del miserable, cortó el pulgar de la mano izquierda del desafortunado, sacando de él la divina alianza con su resplandeciente piedra granate.
Portando en su mano la preciada alhaja, montó sobre el lomo del fiel Iguedente, cual jinete sobre pegazo, sobrevolando las comarcas del comendador fenecido hasta llegar a los confines más lejanos, aquéllos que demarcaban el límite de lo que otrora fuera poderío de aquél. Una vez allí ordenó a su alazán alado que navegara en círculos sobre el árbol más alto, aquel que cosquilleaba la barriga de la nube más lejana. Acarició la cabeza de su fiel transporte, despidiéndose, y dejándose deslizar cayó sobre la copa del macizo vegetal, tomándose con sus manos de la rama más visible, más firme. Abrazada a ese tronco dejó que el cansancio la tomara entrando en feliz sueño. Poco a poco la bella Cordelia fue convirtiéndose, cual crisálida en mariposa, en la más hermosa orquídea salvaje jamás vista, de cuyo pistilo, los días de copiosa lluvía, se desgranan pequeños cristales granates.

[1] Ninfea: nenúfar, planta acuática, de flores blancas, o de hojas acorazonadas y flores amarillas.
[2] Esfinge: monstruo fabuloso, con cabeza, cuello y pecho humanos y cuerpo y pies de león.
[3] Estinco: lagarto de color amarillento plateado, con siete bandas negras transversas, cuerpo y cola cubierto de escamas. Su carne se considera afrodisíaca.
[4] Alfareme: toca de gasa, semejante al almaizar.
[5] Fenghuang: Los Fenghuang son de pájaros mitológicos chinos que reinan sobre las demás aves. Los machos son llamados feng y las hembras, huang. En la actualidad ya no se hace esa dicotomía de géneros y los dos se engloban en un único género femenino que puede ser aparejado con el dragón chino, que se considera macho. Tiene el pico de un gallo, la cara de una golondrina, la frente de un ave de corral, el cuello de una serpiente, la pechuga de una oca, el dorso de una tortuga, los cuartos de un ciervo, la cola de un pez. Su cuerpo simboliza a los seis cuerpos celestes. La cabeza es el cielo; los ojos, el sol; el lomo, la luna; las alas, el viento; las patas, la tierra y la cola, los planetas. Sus plumas contienen los 5 colores elementales: negro, blanco, rojo, verde y amarillo.

20090211

Constantin Stanislavsky "Ética y disciplina" (fragmento)

La depresión deja una huella de tristeza sobre todo el trabajo creativo tanto en la vida real como en la escena, y ejerce una influencia constante en el yo interno sobre todas las acciones y pensamientos. Es el egoísmo y no el amor a la humanidad lo que conduce al hombre a la depresión y lo vuelve presa del miedo. El egoísmo produce en el círculo de trabajo creativo una atmósfera en la que se tienen pensamientos molestos, como: “es terriblemente difícil, o me siento incómodo, todos me miran, los demás lo hacen mucho mejor que yo...”. Así la riqueza creativa del actor se hunde en el pantano de esas estúpidas preocupaciones. En éste caso es el actor mismo quien se crea dificultades y no puede liberar las mejores energías para entrar al círculo creativo con amor y entusiasmo.
Si no poseen sentimientos de simpatía hacia los demás, tienen que hacer lo posible para adquirirlo. Despídanse de sus huéspedes: envidia, duda, inseguridad y miedo, y abran de par en par las puertas de la alegría. Se prometen a ustedes mismos, que no habrá ningún momento que no sea alegre, y verán como por efecto de magia, tendrán éxito en todo lo que hagan. Y lo que todavía ayer no podían encontrar para resolver en un papel, lo encontrarán y lo lograrán expresar hoy.
Ábranse cada vez más a la alegría, día con día, y sentirán en ustedes mismos, qué fuerza invencible posee.
Observen la cara de los grandes actores creativos. Sus rostros siempre están inspirados, tranquilos, alegres y enérgicos. En todos ellos se observa la energía de una tensión alegre, y no la expresión de una voluntad apática, floja, concentrada en sí misma. La alegría de los grandes artistas no deriva de los secretos de su genio, sino de la conciencia del propio amor y la propia bondad y de la acogida que estas cualidades encuentran siempre en las demás gentes.
No existen artistas que por voluntad del destino estén obligados a ser infelices.
....Tienen que estar enamorados cada día de algo o de alguien: de un cuadro, un rol, una flor, una canción, una mujer cuyo perfil vieron por casualidad y les hizo pensar en Venus y les ayudará hoy a poblar el círculo creativo con nuevas imágenes brillantes; un paisaje, un encuentro de fútbol que les produjo un sentido de alegría, etc.; enamórense de lo que quieran a condición de que su espíritu esté siempre en un estado de exaltación, para que la vida cotidiana que les rodea, tenga en ustedes un material explosivo.
Jamás olviden que viven sobre la tierra y para la tierra y no encima. Eligieron el camino del teatro. Entonces son unos siervos de quien los quiere ver. Nunca se coloquen por encima del espectador común, sino considérense siempre un instrumento que tiene que comunicar al espectador belleza, y tienen que impresionarlo en ese sentido.
Rehuyan la monotonía en la selección de sus problemas. Cuando predispongan sus tareas y elijan sus “yo quiero” observen el funcionamiento de su atención y pongan mucha atención a su voz. Si se dieron cuenta de que su voz posee un timbre trágico elijan como ejercicio unas tareas ligeras y cómicas. Desarrollen en su germen creativo toda una posible gama de la alegría; recuerden siempre mis palabras: la alegría es una fuerza y una potencia invencible.